En el mundo cuesta creer que un país como Venezuela este sumido en una
miseria tan aguda; en el imaginario colectivo siempre imperó el mito del país
rico, con una chequera casi ilimitada gracias a sus inmensas riquezas
naturales, capaz de sostener un modelo ideal casi utópico, donde la asistencia
del Estado se percibía en casi todos los ámbitos de la vida cotidiana.
El modelo rentista venezolano no tuvo su origen con la aparición del
chavismo, no; durante el periodo democrático de 40 años, comprendido desde el derrocamiento
de la dictadura militar en 1.958 hasta la llegada de Hugo Chávez al palacio de
Miraflores, las diversas fuerzas políticas gobernantes impulsaron un pacto
social donde se le garantizaba a la ciudadanía un modelo de Estado
benefactor; donde destacaba el subsidio constante a la energía y a diversos
servicios y alimentos.
Venezuela vivió en buena parte de ese periodo histórico, en una burbuja,
protegida por la intervención del Estado a la economía y el establecimiento de
precios ficticios para productos internos y divisas internacionales.
Este sistema era ampliamente aprobado por las grandes mayorías
nacionales; generaciones y generaciones de venezolanos crecieron bajo este
paradigma, por lo que sus beneficios se normalizaron en su vida cotidiana.
Mientras las personas estuvieran disfrutándolos, seguirían cumpliendo su parte
del trato y continuarían brindando el apoyo político necesario para que el
bipartidismo de la época mantuviera el poder.
Ya para los años 80 el panorama estaba cambiando abruptamente, la crisis
de la deuda y la disminución de los precios del petróleo comenzaban a
vislumbrar la inviabilidad de ese sistema. En ese momento es cuando un hombre
se atreve a impulsar reformas de sinceración económica, que pretendían mantener
el apoyo a los más vulnerables pero también la generación de una nueva
consciencia colectiva orientada a eliminar la dependencia extrema
Estado-sociedad y más bien fomentar la autonomía y la libertad del individuo.
El hombre que impulsó ese nuevo paradigma fue Carlos Andrés Pérez,
presidente del país para 1.989. Pérez dio una sacudida a la mesa que mantenía
el modelo rentista, y eso trajo reacciones. Su propio partido, la oposición y
los grupos de izquierda provenientes de la lucha armada comenzaron a generar
una desestabilización que debilitó la institucionalidad del país y trajo
consigo 2 intentos de golpes de Estado, uno de ellos liderado por Hugo
Chávez.
La cúpula política venezolana decidió ir contra el hombre que impulsaba
un proceso de cambios que estoy seguro hubiesen generado las condiciones para
el despegue del país como una potencia regional, minimizando el clientelismo de
Estado y la demagogia típica que se deriva de el.
Para ese momento muchos sectores de la sociedad estaban molestos, y, ¡no
era para menos! su estilo de vida cambiaba, tenían que pagar más por servicios
como la electricidad y el combustible. No se entendía nada. Y allí recae el
error de Carlos Andrés Pérez; no hubo una ofensiva comunicacional que explicara
el cambio de modelo y como este, al pasar el doloroso proceso de ajuste,
terminaría por beneficiar y dar más libertad a la sociedad,
Lo cierto del caso es que Venezuela pudo ser un gran país, donde se
invirtiera en infraestructura que brindara más posibilidades de desarrollo e
igualdad para la gente, donde la educación pública generara más capital humano
preparado para trabajar por el desarrollo del país, donde las personas pudieran
disfrutar de mejores servicios, pagados con su sueldo, con su esfuerzo, sin
deber nada al presidente de turno, donde se fortaleciera la libertad de elegir,
de opinar y de hacer. Sin embargo ese no fue el caso.
La clase política que pretendía mantener el modelo clientelar, que
evitaba que muchos ciudadanos emprendieran y fueran independientes, logró
evitar la consolidación del nuevo modelo; Carlos Andrés Pérez terminó
destituido por un caso relacionado a la partida secreta de seguridad de la
nación y Hugo Chávez, responsable de los asesinatos del golpe de Estado del
04/02/1989, terminó siendo liberado de la prisión.
La historia actual ya es conocida; el chavismo llegó al poder gracias a
la decepción del venezolano, que había perdido la ilusión en su clase política
y que aún no comprendía un modelo distinto al de las regalías y el subsidio.
Chávez llegó al poder a través de la demagogia, de la promesa de
distribuir recursos al pobre, de dar más poder al pueblo. El populista Chávez
logró capitalizar la frustración generada por una clase política que impidió
que el venezolano pudiera conocer un modelo de desarrollo distinto al rentista.
Argentina hoy día está en una posición similar a la que vivió Venezuela
hace ya 30 años; un nuevo modelo de desarrollo está de pie, enfrentándose
a la resistencia de muchos sectores que ven afectados sus intereses económicos
y electorales y que solo tienen por ofrecer al ciudadano una economía de
mentira, una burbuja que tarde o temprano termina explotando y generando más
miseria para los más vulnerables.
Muchos venezolanos vemos en los sucesos de 1989 y luego en la oscura
época del chavismo, un ejemplo de que hacer a una sociedad dependiente de un
grupo de políticos no es un camino viable ni digno. Hace 30 años muchos de
quienes impidieron la consolidación de una vía distinta hoy se arrepienten,
pues dieron paso al periodo de mayor corrupción, pobreza y opresión de la
historia contemporánea de Venezuela.
Argentina no es Venezuela, ¡claro que no! pero es innegable las
similitudes histórica que tenemos. Hoy existe la posibilidad de que los
sectores argentinos que entienden que es posible mayor libertad e independencia
económica y política, derroten a aquellos que conciben como un negocio mantener
la pobreza, pues ven en la vulnerabilidad obediencia y mayor posibilidad de manipulación.
Los argentinos que entienden, aceptan y apoyan ese cambio, son
fundamentales para hacer el necesario trabajo por el cambio cultural en
aquellos que naturalmente se oponen a algunas medidas y que sienten solidaridad
por aquellos políticos que prometen devolver el paradigma clientelar. Al igual
que muchos venezolanos en 1.989, ellos no conocen algo distinto y ceden al
chantaje y la muy común manipulación que señala lo contrario al
clientelismo como la miseria neoliberal.
La grieta no debe ser ciudadano contra ciudadano, ese fue el caro error
que cometimos lo venezolanos, que mientras luchábamos los unos contra los
otros, la cúpula corrupta se consolidaba. La gran tarea debe ser consolidar una
resistencia ciudadana contra los verdugos del desarrollo, contra la cúpula
manipuladora que hace de los pobres su gran negocio. Contra el populismo que
busca generar heridas sociales y dividir a la gente. Contra la dirigencia
residual que se opone a todo proyecto que busque dar libertad y autonomía.
El presidente Macri, con todo y las dificultades surgidas
en el camino, su equipo y los millones de argentinos que le apoyan, tienen la
posibilidad de lograr lo que Carlos Andrés no logró en la Venezuela de hace 30
años, y demostrarle a esos argentinos molestos y desilusionados, que un nuevo
camino es posible.
La derrota del clientelismo y la consolidación de un modelo
institucional, de libertad y también de atención social, será una victoria
capaz de acabar con la pesadilla de las crisis cíclicas en la Argentina y darle
al ciudadano el poder más grande de todos: su autonomía.
Emerson Cabaña
Sociólogo de la Universidad Central de Venezuela
Buenísimo tu artículo felicitaciones
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