domingo, 8 de diciembre de 2019

La violación, las mujeres y su efímera libertad




Ana K. Caldeira G.


Todas las mujeres -porque los chistes, memes o stand up, me han enseñado que hay muchos más pensamientos ocultos de los que uno cree que la mayoría comparte- hemos pensado alguna vez cómo reaccionaríamos ante una violación. Yo en particular lo pienso muy seguido, algunas veces soy mi propia heroína, otras no hay escapatoria, pero prefiero un tiro, siempre.

Unas semanas después que llegué a Argentina, hubo un empalamiento de una chica que fue muy sentido acá, ¿cómo no? Algunas somos más afortunadas y el coñazo no nos lleva a la muerte.

Cotidianamente leo sobre algún caso de violencia de género, si es que en ese país está tipificado así, y no termina en una tapa de periódico como “crimen pasional”.

La solución que nos da la sociedad es evitar la noche, la ropa ajustada, los desconocidos, caminar, estar solas, o sea, dejar de vivir por seguridad. Parece que controlar al macho misógino no está en el panorama. Obvio, pobrecitos. Se les presenta la oportunidad inoculada por el patriarcado… Siempre hay quienes se visten para provocar, por lo que  les pertenecen y que además dicen no, cuando en realidad quieren decir sí. ¿Cómo las van a pelaaar?

Estamos en el siglo XXI y las mujeres andan por la calle con la “sensación” de que pueden ser violadas, andamos por la calle como si camináramos por una selva tupida de animales salvajes. Yo me pregunto ¿quién puede tener libertad así? ¿Quién puede decir que las mujeres actualmente son libres?

Sí, quizás con la tal libertad negativa de la que hablaba Sartre. Ahí está la calle, nadie te impide salir, sal. Y ahí vas tú a tus propios juegos del hambre diarios, a rogar que a los tipos no les dé una puntada de culo, o de pene. 

Me considero una mujer independiente hasta que voy caminando sola por una calle oscura y diviso a lo lejos que vienen caminando dos, tres, cuatro hombres con sus caras de “normales” y ¡pum! se transforma el escenario, todo mi empoderamiento, mi independencia, mi fuerza, se van transformando en un conejito indefenso que me acompaña. Si los tipos siguen de largo no me transformo inmediatamente en esa chica libre y fuerte que creo ser, sigo mi camino con un sentimiento de rabia e impotencia, porque en cada uno de esos encuentros me doy cuenta de mi efímera libertad.

Historia anónima:

Recuerdo un día de chico cuando al llegar del colegio encuentro en mi casa a una mujer destrozada, aterrada, fuera de sí... A mi madre la habían intentado violar. Esa mañana mi papá salió a trabajar y cuando mi mamá se disponía a cerrar el garaje un tipo se metió, uno de los tantos que vivían cerca y repetidamente decían, en referencia a ella, “coño, la de los shores” o “la de las piernotas”.

Obvio no faltó quien dijera que la responsable era ella por “exhibir” lo que la naturaleza le dio. Lo decían, por cierto, las esposas del grupito de hombres que paseaban sin franelas por la cuadra buscando siempre a quien acosar con sus comentarios ofensivos. Por suerte en este caso quienes mostraron apoyo en la comunidad fueron más, muchos más.

Ese pobre sujeto, el violador, no contaba con que ella, así como tenía tremendas piernotas, también daba tremendos coñazos. Tampoco contaba con la solidaridad de los vecinos que al escuchar los gritos acudieron a ayudar. No fue el peor final, pero tampoco uno feliz, el trauma quedó allí para siempre; una paranoia eterna.

El mejor final, o principio, es que nadie tema por cómo vestirse, cómo hablar, cómo pensar o cómo expresarse. La violación es una realidad que pretende ser censurada por la lógica machista que aún se impone en la sociedad, lógica que hay que derrotar.

Luchar contra la violación, el acoso y la violencia de género, no es una tarea exclusiva de la parte afectada, por el contrario, debe ser una lucha de todos, pues el derecho de vivir con libertad y sin miedo debe ser universal, no un privilegio de algunos sectores.



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