Cada vez es
más común leer sobre el surgimiento de líderes extremistas en sistemas
democráticos. Poseen apariencias ideológicas diversas, sin embargo, es sencillo
identificar algunos rasgos comunes que se engloban en la estrategia populista
de atacar a la estructura institucional que rige a los países. Esto ha tenido
como consecuencia una importante resistencia por parte de los sectores más
moderados y apegados a las normas dictadas por dicha institucionalidad. Esta
pugna, que deriva en altos grados de polarización y confrontación, es un
fenómeno con un alto grado de presencia en los debates políticos de estos días,
pero ¿qué pasa con los venezolanos?
Existe una
percepción de que una parte importante de los venezolanos que emigraron, suelen
tener mayor simpatía por aquellos liderazgos propulsores de la polarización
política y el descredito institucional. Las redes sociales son un perfecto espacio
para apreciarlo; en medio de los cada vez más frecuentes debates en las sociedades
más polarizadas, no es extraño leer opiniones de venezolanos basadas en la experiencia
vivida en su país, señalando a partir de ella lo que consideran correcto, a pesar de que las condiciones de la Venezuela sometida por una dictadura y la del
país receptor sean diametralmente opuestas y por ende dificiles de comparar.
El caso al
que más seguimiento he hecho ha sido al de los Estados Unidos, donde la
polarización y el ataque a las instituciones ha venido cobrando fuerza a partir
del ascenso del liderazgo de Donald Trump. No hay duda de la simpatía que sienten buena parte de los venezolanos en los Estados Unidos hacia el expresidente. A
partir de esto quiero exponer mi reflexión.
Trump ha atacado sin descanso el sistema democrático de los Estados Unidos, hay acciones de sobra que soportan este argumento, sin embargo, resalta el intento de insurrección al desconocer los resultados electorales en donde perdió su reelección ante Joe Biden, aupando una toma violenta al Capitolio, sede del poder legislativo, algo absolutamente impensables años atrás.
También cabe mencionar
su estilo autoritario, despreciando la independencia de poderes y sembrando
dudas sobre la funcionalidad de las instituciones a través de ataques directos
y la propagación de teorías conspirativas. Esta técnica usualmente va de la mano con la necesidad del lider autoritario de eliminar la mayor intermediación posible entre su poder y el efecto que este pueda causar en los ciudadanos.
Si repasamos la primera campaña electoral de Trump también encontraremos señales que indicaban el
peligro que significaba para la democracia estadounidense; un claro ejemplo era
su posición apresar a su rival, la ex secretaria de Estado Hilary Clinton. Esto acompañado de su estrategia de definir a las minorías como una amenaza
para los “verdaderos americanos”.
Ahora bien, quien revise el proceso de ascenso de Hugo Chávez al poder se va a encontrar con similitudes tremendas en la intencionalidad del proyecto trumpista y el chavista, y con ello no me refiero a términos ideológicos sino en como se concibe el poder y la relación de este con la institucionalidad y su rol en mediar el vínculo entre un gobierno y la sociedad.
En otras palabras, las semejanzas
entre el trumpismo y el chavismo se encuentran en el desdén hacia la función
institucional de limitar el poder de un gobierno y asegurar que se mantenga apegado
a las normas de convivencia que rigen a las democracias.
Entonces,
si los venezolanos fueron víctimas de un estilo de liderazgo que terminó
pulverizando su democracia, ¿por qué una parte tan importante de ellos apoya a
un líder como Trump que prácticamente ha declarado la guerra al sistema democrático
estadounidense? No hay una verdad absoluta para responder esta interrogante, pero creo que la falta de cultura democrática en Venezuela es un factor
clave para buscar una explicación más desarrollada.
Un ejemplo básico
de cultura democrática es aceptar un resultado electoral, en este sentido he
querido hacer un ejercicio colocando en el buscador de Twitter “Trump Venezuela”,
los resultados revisados, como lo imaginaba, están orientados en su mayoría a
divulgar noticias falsas y apoyar teorías conspirativas que buscan deslegitimar
la democracia.
Uno de los
mensajes que me llamó la atención habla de un supuesto fraude electoral perpetrado
en contra de la candidata republicana a la gobernación de Arizona, quien ha
sido derrotada por su rival demócrata en las elecciones de medio termino
celebradas el ocho de noviembre. Esta persona vincula la traumática y fraudulenta
historia electoral bajo el régimen chavista con una creencia carente de pruebas
de que a Donald Trump y ahora a esta candidata les fueron robadas las
elecciones.
Entender este comportamiento pasa por comprender como el chavismo ha redefinido la política en Venezuela y la concepción de ésta por parte de los ciudadanos. La memoria suele ser corta en lo referente a estos aspectos, y Venezuela tiene 20 años bajo el sometimiento de un gobierno que ha sido sumamente eficaz en obstaculizar elementos que permitan reavivar la memoria de períodos con mayores niveles de convivencia democrática.
En el caso de las nuevas generaciones no hay memoria
que reavivar; la normalidad ha sido vivir en un clima de conflicto político, represión
y autoritarismo. Se puede decir que la estrategia chavista ha sido conducir al
país hacia el desconocimiento de lo que es y lo que representa la democracia.
Y han
tenido éxito; después de tanto tiempo y los conflictos vividos, hoy día es difícil
saber si para muchos venezolanos el camino anhelado es el retorno de la
democracia o simplemente un cambio de gobierno. Y aquí hay una diferencia tremenda,
pues en el segundo caso podría no buscarse un cambio que lleve al país a una
estabilidad basada en el respeto y la aceptación del otro, sino que podría ser la
instauración de un sistema similar al actual, pero con diferente tono ideológico.
¿Es esa carencia de cultura democrática un factor clave en el apoyo de los venezolanos a líderes antidemocráticos? Creo que lo es, y lo podemos ver en cada expresión que desestima el daño que estos lideres infringen contra sus sistemas democráticos.
Se prefiere a un líder “fuerte” que confronte a los “enemigos” y con quien se
tenga similitudes en el campo de la ideología, que a quienes en cambio hablan
de convivencia. Es esa relación del venezolano con el caos y la confrontación la
que pareciera dibujar un perfil donde se tiende ver a lo distinto como
enemigo en vez de una simple y necesaria otredad.
Y para ser
justo, puede resultar difícil concebir la cohabitación como un acto de
normalidad democrática, cuando la experiencia vivida solo nos lleva al
conflicto irreconciliable con el otro mediante una dinámica de polarización
extrema. Y en esta parte se debe dejar claro que la disidencia venezolana solo ha
sido una víctima del poder y su discurso oficial, que continuamente los asume como
un peligro que debe ser oprimido.
Esa dinámica
es la referencia para muchos venezolanos y a partir de ella se condiciona su
percepción ante la mecánica política de otros países. Este factor es clave para
entender su comportamiento y construir estrategias
que permitan acercarlos de nuevo al concepto de democracia y todo lo que ello
implica.
Por Emerson Cabaña
Foto: Kevin Lamarque / Reuters
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